lunes, 13 de julio de 2015

MÚSICA Y PINTURA

UNA SINFONÍA VISUAL

Autores varios. Título: Acordes II. Lugar Sala exposiciones de la Biblioteca de Andalucía (Granada)  Hasta el 11 de julio.

La Sala es inundada por sonidos presentidos, danzas invisibles en sus elevaciones y descensos sinuosos, sobre crestas de colores ligeros o profundidades de azules y rojos, encauzadas por la geometría, desveladas en las figuraciones, depositada en la mirada.
El viento mece suave las ramas, en un vaivén acompasado con el suspiro de la Naturaleza.
Los pájaros rompe la monotonía del azul, flujo suave, alborotado por sus cantos y movimientos azarosos, que describen la melodía de la brisa antes descrita, con sus giros impulsores de una sinfonía cambiante, sujeta a un ascenso expresado por las notas representadas por las aves. Soledad Sevilla expresa magistralmente este movimiento con fotografía digital pintada. Es rotunda, poética y precisa.
Ricardo García ordena este sonido, en los graves y agudos del color, en líneas de expresión vibrante.
Simón Zabell es genial en su interpretación de la partitura cromática, ofreciendo piezas que se vacían de notas musicales, desgarrándose en su huida, para invadir el entorno, danzando libres en la estancia. Es el triunfo del movimiento ascendente, que tras la contención de Ricardo García estalla en canto de libertad.
Jaime García idea la plasmación de su efecto en el baile contagiado, que se describe como golpeteo de la batería a través de un trazo poderoso y discontinuo, producto de la orgía de la danza.
Iván Izquierdo recoge esta fuerza y la organiza en una caída suave, que desvanece su energía, para aplanarse en una cadencia tranquila, que Jesús Zurita centra en un punto condensado, continuo, en luz contenida en el rostro de su imagen, para modular el sonido a través de la repetición medida de Ángela Galindo, promesa de tensiones entrelazadas de los hilos sensitivos, que vibran en el acorde del ritmo sentido, ondulado, grave, previsor de su escape en la expansión jubilosa de Irene Sánchez Moreno, mostrando un escenario fresco, que recoge la musicalidad popular reflejada en un ambiente puro, que vuelve al canto del ave en su reclamo. Álvaro Albadalejo introduce la reiteración medida, sustento de la horda de notas que organizan la composición de la partitura pintada. Tras lo cual Joaquín Peña Toro, con la ayuda de Rubén Jordán, rompen el silencio sentido para escuchar la suavidad aterciopelada, recogida en un orden geométrico de tonos elegantes. Explota éste pasional con Pedro Graciarias, en colores intensos, brillos imaginados como efecto de su fuerza, dejando Antonio Montalvo el rescoldo de su paso, denso y visualizado, como resto del temblor emocional suscitado, en un cosmos misterioso descubierto, tras los fuegos artificiales expuestos en color por Pedro Garciarias.
Con Angela Agrela, transcurre como melodía ligera, ordenada en sus líneas y ángulos, mostrando los efectos de su vibración en la turbación del personaje de la pieza.
Estos autores, más Julio Juste, Pablo Capitán y Gerardo Delgado, consiguen desarrollar una sinfonía visual mediante una interpretación de la música, de sus acordes, desde la óptica y sensibilidad personal de cada uno de ellos. Es el comisario de la exposición, José Vallejo, quien compone la obra final, comprendida por cada espectador según su entendimiento y estado emocional.
Excelente y delicada propuesta, lujo para la visualización por la categoría de los autores, de gran peso intelectual al ser plasmada en forma de propuesta plástica.























 




 
















 



 






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