domingo, 1 de enero de 2017

ENERO

 
 
Es uno de enero, Año Nuevo, comienzo de otro ciclo, inmerso aún en el exceso de las Fiestas Navideñas.
La mañana es gélida, paseando entre árboles ateridos, desnudos, en un camino solitario, bajo un ambiente cubierto por una tenue bruma.
Nace el año, limpio de la exuberante vegetación, en claridades grisáceas que ocupan el espacio todo, evocando dimensiones de ensueño, pasajes de la niñez, reflejando un lugar pulcro, desolado y vacío, producto de las buenas intenciones, listo para ser completado con los pinceles de la vida, recreando de nuevo la exuberancia del esplendor, el triunfo de vivir, presentido, deseado y potenciado, por la ilusión de este momento. Transcurren los granos de arena del reloj, caen, caen, caen… se llena el fondo, y la ilusión permanece, la sorpresa aguarda, la fuerza de existencia describe el futuro, se quiere vencer los deseos de la diosa fortuna, las veleidades del azar.
Es un paisaje de cenizas, tras la batalla de la creación desbordante, que encierra en su seno el germen de nuevos brotes desafiantes de la nada. Todo trascurre, todo pasa, se repite y cambia, trasformación y perpetuidad, ese es el signo de la existencia.
Nada, nudo nieve, novedad, necesidad, se aúnan en el horizonte de los días, en su deambular saltarín entre los números del calendario, cayendo cada mes, para reiniciar su ondulación en el siguiente, hasta llegar al esplendor de la canícula, calor desbordante, vegetación que supera la exuberancia, triunfo de la Luz, noche de San Juan, magia y deseos, trayectoria de accidentes topográficos cotidiana. Triunfo de la permanencia, de la vida y del tesón por ser.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario