martes, 14 de marzo de 2017

HOMENAJE A FERNÁNDO GONZÁLEZ

El asombro ante la escena descubierta, el recuerdo permanente de tiempos pasados, ensoñados, saboreados en la memoria, hace que el pintor se vea sumido en el torbellino de sensaciones que quieren expresarse, las cuales son plasmadas en sus cuadros.
La esencia de la emoción organizaba el trabajo de Fernando González. Con ímpetu iniciaba la elaboración de sus composiciones, reflejando la realidad vivida, la realidad soñada, todas en una, brotando del centro del cuadro un torbellino cromático que se aclaraba en su periferia, quedando desvelado el testimonio de la imagen sentida, gozada ante la seducción de los momentos de la luz triunfante.
Fernando González era un pintor total, pues reproducía con maestría estampas tradicionales de nuestra ciudad, impregnadas de un fuerte aroma granadino, rescatando del olvido la vida sencilla, amable, y costumbrista de sus gentes. El amor a Granada se hacía Pintura. Pero en estas piezas no se conformaba con reproducir el estilo tradicional, sino que le infería un ritmo particular, algo barroco, con imágenes y motivos acariciados continuamente con su pincel, en un festival de colores, densos, poderosos, que rompían la monotonía visual de la superficie, para estallar en una composición figurativa de dinamismo cromático. La claridad ordenaba el entramado del cuadro, situando, según su intensidad el protagonismo de sus figuras.
Cuando abordaba temas actuales centraba su acción en la monumentalidad de las grandes urbes, de la metrópoli moderna. Piezas de impacto en su contemplación surgían de sus manos, de inicial frialdad, estabilidad presentida, peso en su apreciación, soledad, bajo cielos perennes, teñidos por luminosidades doradas, grisáceas, azules manchados, bellos mares de color. Pero tras esta apariencia se desarrollaba en la escritura de su paleta un mundo caótico, ruidoso, en cambio constante, individual en la colmena, supo traducir fielmente el espíritu de la sociedad contemporánea.
Con ambos tipos de composiciones expresó la tensión del cambio, la ruptura brusca del pasado, el calor del recuerdo, la gélida esperanza del futuro, el periodo de tránsito en el que estamos embarcados.
En sus retratos, Fernando González organizaba los colores con precisión, imprimiéndolos con rotundidad, sobre un dibujo de la faz exacto, que rompía el plano para adentrarse en el alma del personaje, descifrando las circunstancias que los atribulaban, la biografía marcada en la cara. Era una historia inmensa la encerrada en el rostro, que el espectador iba desgranando en su observación.
Fernando González permanece en sus cuadros, en el estilo portado en ellos, en el mensaje que quiso trasmitir en los temas representados. La fugacidad de la existencia, la vida tranquila, sencilla, en armonía y amistad, el arrebato ante el instante sorprendente en el que se vislumbra el halo de la trascendencia, el ritmo de la Luz. Son varias las críticas que hice a este gran artista plástico, y cada vez que repaso su producción obtengo conclusiones nuevas. Fernando González no se agota en su obra, sino que regenera su vitalidad en éstas, perdurando como ejemplo de los grandes pintores granadinos.






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